Por fin.
Cuando S.M. el Rey Baltasar pasa delante nuestra comienza la espera más deseada.
El calendario tiembla marcado por fechas importantes: cultos, ensayos, mudás... y el cuerpo empieza a llenarse de pellizcos que huelen a incienso.
De nuevo transcribo un artículo de Carlos Colón publicado hoy mismo en Diario de Sevilla muy acorde con este post, sobre la importancia y la belleza de "la espera impaciente" de la Semana Santa...
La solemnidad de la espera
TERMINÓ ayer la Navidad. Empieza hoy, con el traslado de Pasión, esa larga víspera del gozo que es la espera de la Semana Santa. Hay un vivir para la fiesta, ya sea esperándola o disfrutándola, que hace más habitable esta Sevilla nuestra. Es más, para algunos de nosotros es una razón para habitarla cuando tantas otras se nos dan para desertar de ella. Hay quienes piensan que este peso de la fiesta en la vida de los sevillanos es causa y síntoma del retraso de la ciudad, de su somnolencia, su cerrazón ante todo lo que no considere suyo, su rancio provincianismo o su resistencia al cambio. Se equivocan.
A todos ustedes, y muy especialmente a quienes así piensan, les recomiendo que lean la breve y bella colección de ensayos de Jeanne Hersch publicados por El Acantilado bajo el título de El nacimiento de Eva. Jeanne Hersch, formada en Friburgo y Heildelberg, discípula de Heidegger y colaboradora de Karl Jaspers, directora durante muchos años de la División de Filosofía y Educación de la UNESCO y una de esas mujeres que como María Zambrano, Hannah Arendt, Simone Weil o Agnes Séller alumbraron el pensamiento del siglo XX, nada sospechosa por lo tanto de veleidades folclóricas y sevillanistas, dedica en este libro unas luminosas páginas a la fiesta. "Una fiesta -escribe- no es una explosión espontánea con la cual nos libramos de las obligaciones sociales. Toda fiesta exige ser preparada larga y cuidadosamente. Aún cuando nos parece verla estallar espontánea bajo el sol de la alegría, lo cierto es que su preparación viene tan de lejos que su huella se pierde en el fondo de los siglos. La fiesta precisa de la solemnidad de la espera".
Así se esperan, se hacen y se viven en Sevilla estas fiestas nuestras tan laboriosamente preparadas (porque no son fiestas que el poder prepare y regale), tan gozosamente esperadas y tan intensamente vividas. La cotidianidad no queda abolida por ellas, sino consumada en ellas. Se preparan larga y cuidadosamente; y esta preparación viene de tan lejos que su huella, como dice Jeanne Hersch, se pierde en el fondo de los siglos (Rafael Montesinos, que era poeta y no filósofo, dijo lo mismo de otra forma al recordar a su padre vestido de nazareno: "Silencioso es el rito, no aprendido, / sino heredado, yéndole en la sangre, / pues los siglos se ven hasta en la forma / de sujetarse el antifaz al rostro").
Y si para rematar quieren algo más sevillano dicho por una pensadora suiza, ahí les dejo eso de que "la fiesta precisa de la solemnidad de la espera". ¿Hay mejor forma de describir lo que tantos sevillanos viviremos a partir de hoy?
Cuando S.M. el Rey Baltasar pasa delante nuestra comienza la espera más deseada.
El calendario tiembla marcado por fechas importantes: cultos, ensayos, mudás... y el cuerpo empieza a llenarse de pellizcos que huelen a incienso.
De nuevo transcribo un artículo de Carlos Colón publicado hoy mismo en Diario de Sevilla muy acorde con este post, sobre la importancia y la belleza de "la espera impaciente" de la Semana Santa...
La solemnidad de la espera
TERMINÓ ayer la Navidad. Empieza hoy, con el traslado de Pasión, esa larga víspera del gozo que es la espera de la Semana Santa. Hay un vivir para la fiesta, ya sea esperándola o disfrutándola, que hace más habitable esta Sevilla nuestra. Es más, para algunos de nosotros es una razón para habitarla cuando tantas otras se nos dan para desertar de ella. Hay quienes piensan que este peso de la fiesta en la vida de los sevillanos es causa y síntoma del retraso de la ciudad, de su somnolencia, su cerrazón ante todo lo que no considere suyo, su rancio provincianismo o su resistencia al cambio. Se equivocan.
A todos ustedes, y muy especialmente a quienes así piensan, les recomiendo que lean la breve y bella colección de ensayos de Jeanne Hersch publicados por El Acantilado bajo el título de El nacimiento de Eva. Jeanne Hersch, formada en Friburgo y Heildelberg, discípula de Heidegger y colaboradora de Karl Jaspers, directora durante muchos años de la División de Filosofía y Educación de la UNESCO y una de esas mujeres que como María Zambrano, Hannah Arendt, Simone Weil o Agnes Séller alumbraron el pensamiento del siglo XX, nada sospechosa por lo tanto de veleidades folclóricas y sevillanistas, dedica en este libro unas luminosas páginas a la fiesta. "Una fiesta -escribe- no es una explosión espontánea con la cual nos libramos de las obligaciones sociales. Toda fiesta exige ser preparada larga y cuidadosamente. Aún cuando nos parece verla estallar espontánea bajo el sol de la alegría, lo cierto es que su preparación viene tan de lejos que su huella se pierde en el fondo de los siglos. La fiesta precisa de la solemnidad de la espera".
Así se esperan, se hacen y se viven en Sevilla estas fiestas nuestras tan laboriosamente preparadas (porque no son fiestas que el poder prepare y regale), tan gozosamente esperadas y tan intensamente vividas. La cotidianidad no queda abolida por ellas, sino consumada en ellas. Se preparan larga y cuidadosamente; y esta preparación viene de tan lejos que su huella, como dice Jeanne Hersch, se pierde en el fondo de los siglos (Rafael Montesinos, que era poeta y no filósofo, dijo lo mismo de otra forma al recordar a su padre vestido de nazareno: "Silencioso es el rito, no aprendido, / sino heredado, yéndole en la sangre, / pues los siglos se ven hasta en la forma / de sujetarse el antifaz al rostro").
Y si para rematar quieren algo más sevillano dicho por una pensadora suiza, ahí les dejo eso de que "la fiesta precisa de la solemnidad de la espera". ¿Hay mejor forma de describir lo que tantos sevillanos viviremos a partir de hoy?
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